Todos estamos de acuerdo en que los ves nacer y que en ese momento tu vida cambia por completo. La prioridad de tu día a día pasa a medir unos 50 centímetros y pesar unos 3 o 4 kilos. Hasta aquí todo bien, todo en orden… hasta que empiezan a interactuar con aquello que les rodea y te preguntas dónde están las instrucciones que nos deberían dar con este tipo de cosas tan importantes.
Ser madre/padre implica tener dosis extra de cariño y paciencia a partes iguales. Porque si das más de una cosa que de la otra se te puede volver en tu contra, y en contra de la criatura; que al fin y al cabo no tiene culpa de nada. Y decimos que los bebés no tienen culpa porque instintivamente van a intentar medirte para ver hasta dónde llegas a la hora de satisfacer todas sus necesidades (bueno, esto lo seguirán haciendo durante unos 30 años más).
Y ojo, que todas las necesidades de los más pequeños han de estar cubiertas y con creces, pero hay que saber diferenciar entre el bienestar y el “hagoloquemedalagana” del bebé.
Está claro que a todos nos duele ver llorar a esas pequeñas criaturas, y que haríamos todo lo posible para que estuviesen siempre a gusto. Pero a veces hay que saber decir que no por el bien del bebé. Especialmente para enseñarle que no todo en la vida va a ser que sí, y que las normas y los límites existen.
Por ejemplo, cuando llega el trágico momento de pasar al bebé a su habitación, esos escasos metros y el hecho de no tener a sus papás a la vista, puede hacer que nuestro hijo se ponga a berrear, agarrado a los barrotes de la cuna como si de una mazmorra medieval se tratase. ¿Solución fácil? A la cama con papá y mamá. ¿Solución difícil? Levantarte, calmarle, cantarle, mecerle, dormirlo, dejarlo sigilosamente en la cuna y esperar a que se vuelva a despertar y llorar, para repetir la operación hasta que hagas senda por el pasillo de tanto ir y venir.
Pero aunque eso parezca un suplicio luego no te acordarás de esas largas noches sin dormir y de pronto verás como tu hijo se ha hecho mayor y te pide irse sólo a la cama. Y todo porque un día decidiste decirle que NO.
El “no” no es malo, siempre y cuando vaya acompañado de una explicación (aunque algunas veces será la de “porque soy tu madre/padre y punto”). De esta manera tendremos la oportunidad de razonar con nuestros hijos, enseñándoles también a respetar a sus mayores y haciéndoles ver que nos preocupamos por ellos.
Y aquí es donde digo que cada bebé y cada familia es un mundo, y que parece muy fácil hablar desde un blog. Pero prometo que todo lo que se dice es con conocimiento de causa y con el único propósito de ayudar a esos padres a los que tanto nos duele tener que decir que NO a nuestros hijos, aunque sepamos que es por su bien (dándonos cuenta de la gran razón que tenían nuestros padres cuando hacían lo propio).